martes, 14 de abril de 2009

Puertollano




Mierda, no tengo tiempo. Tengo notas, muchas notas de lo que vi en la Feria de Teatro de Castilla-La Mancha para plasmarlas donde se lo merecen. Lo haré... Fuimos de invasores, pero también estuvimos como espectadores, y vimos algunas de las piezas más increíbles que habíamos visto nunca, sobre todo de teatro.



De momento, un avance, porque se lo merecen. El Pont Flotant.


Ejercicios de amor (El Pont Flotant)

“Llegamos a tiempo, todavía tenemos tiempo…”

Desde Valencia, Jesús Muñoz, Alex Cantó, Joan Collado y Pau Pons llegan vestidos de nosotros mismos, sin maquillar, sin imposturas, sin aderezos ni afectaciones, conviven con nosotros en una dehesa en el campo para irse vestidos de blanco, tras casi tres horas, y dejarnos la ternura de la realidad en nuestras manos, el vino y el estómago lleno, de paella caliente y gratitud. La que sentimos al ver una de las mejores obras que jamás se han visto, hecha desde y para el corazón, sin mayores exageraciones, la intimidad del corazón verdadero.

En una dehesa, un recorrido por distintas estancias que simulan un colegio en el que somos alumnos como los actores. Somos infancia de nuevo, inocencia y verdad, y comienzan las lecciones de amor. Pasamos a la adolescencia, y en besos, atrevimientos y verdades, cerca de la lumbre, constatamos las propias fricciones del hombre, desde las que jugamos en un vaivén de verdades y cariño. Siempre cariño.
El pasado, el tiempo, el amor, la amistad, la sinceridad… Todo en un jardín entre amigos, copa en mano, con los recuerdos de lo que nos divirtió, lo que nos unió.
Nos hubiera gustado que nuestras vidas cogieran otros rumbos, o haber elegido algo distinto, pero estamos felices porque agradecemos lo vivido, y nos casamos, se casan con la amistad, con los sentimientos, divertidos y sinceros.
Con dosis de un cariño continuo, inmutable y una naturalísima interpretación, con pausas, humor y hasta movimientos bailados. Con todo hacen un paréntesis en la vida, nos pausan la vida al espectador, al que regalan el tiempo, el que pierden con el estrés de la ciudad. Le regalan el poder de olvidarlo todo y acudir a lo inmutable, hacer una “excursión” al juego, a los recuerdos, pero sobre todo a la sinceridad real de un amor alejado de las cursilerías, un amor real, en el que hay cambios, diferencias, contradicciones, pero siempre hay sentimientos que no varían.
Una pieza pensada desde lo más hondo de la confianza, y para el público, al que esa naturalidad acerca a la posibilidad de ser seres sin tiempo, pero sin olvidar la madurez de lo vivido. La vida como el ejercicio placentero de vivir el amor, vivir la vida. Vivir la vida real, con amor.

Y se van de blanco, sonrientes, casados los cuatro, sobre una bicicleta. Y nos dejan impactados, porque el teatro es mucho más que un escenario, mucho más que un texto declamado, es tantas estancias como tienen nuestras vidas, es la realidad de vivirlo todo con lo que realmente merece la pena, la unión entre personas.